Océano
Estaba en el llamado reino de los sueños. Caminaba al lado de un río que bajaba pausado, que bajaba calmado y tranquilo, descendiendo de las agrestes montañas al tiempo que modelaba la tierra y la regaba de vida a su paso.
Notaba como la brisa de la mañana de verano le acariciaba las manos y el pelo. Caminaba al tiempo que miraba al frente y sonreía. Estaba feliz porque nunca miró atrás, y todos y cada uno de los pasos que dio a lo largo del camino, los dio sin miedo, los dio con cariño, esperanza, ilusión. Los dio con tanta ternura que las piedras se estremecían a su paso. Los dio con tanta fuerza que la tierra temblaba a cada paso.
Tras un rato andando, comenzó a escuchar las gaviotas. Sintió como la arena se metía entre los dedos de sus pies descalzos. Saboreó el salitre en la boca al tiempo que cerraba los ojos y notaba como la ropa blanca se agitaba con la suave brisa.
En ese momento agachó la cabeza y se miró las manos, después miró el océano, y por primera vez, se dio la vuelta. Sonrió a todos aquellos que habían caminado a su lado, a todos aquellos que llegó a conocer, a aquellos otros que tanto respetaba, quería, amaba. Se dio la vuelta y volvió a clavar la mirada en el horizonte. Sonrió al sentirse libre, y poco a poco, notando como los granos de arena caían a casa paso, se adentró en las profundidades del océano de los sueños. Aquel regado con el río de la vida.
¿Por qué? Se preguntaban algunos… Porque aunque nos duela, hay gente a la que su hora temprano llega… Al fin y al cabo, esta es una deuda que acabaremos pagando todos. Un camino, que estamos ya recorriendo.
Tempus Fugit Carpe Diem