Ganas de ser Feliz
Un día te despiertas en tu cama y ves el galeón de madera que hizo tu abuelo con sus propias manos y que años después, tras romperse y destartalarse por completo, restauraste en una tarde de verano mientras el sol se ponía entre los árboles.
Te quedas un rato tirado en la cama observándolo con nostalgia y sin saber por qué, sonríes. Te acuerdas de un día en el que él iba en su vespino y tú a su lado en bicicleta a coger ramas de toxo en flor para ponerles a los canarios, y te acuerdas, sin motivo alguno, sin venir a cuento, del “cativo de merda” que eras y en lo que estás logrando ser poco a poco. Pasito a pasito. Tal y como él te decía.
Te levantas y levantas la persiana. Miras al otro lado de la ventana como el Sol entra a raudales e ilumina tu habitación, y misteriosamente, de nuevo, una frase resuena en tu cabeza. Una frase que te ha acompañado desde ese día.
Sonríes, te pones los vaqueros, la camisa, te calzas los tenis, sales por la puerta del cuarto con la carpeta y los apuntes de la facultad, miras con el rabillo del ojo al barco, y te susurras a ti mismo:
"Antes arruinado que arrodillado. Continuaré luchando. Lo sabes."
Y así es como es el día a día. Luchando con la esperanza grabada en el rostro, y con las ganas de comerse el mundo. Con las ganas de ser feliz. Con las ganas de vivir. Con las ganas de que a cada paso que doy, estoy seguro de llegar a donde quiero llegar. Y voy a llegar... ¡Por mis cojones que llego, oiga!