La Caída de la Muerte

Todo comenzó en el mundo de la noche, en una oscuridad eterna y con la luz bajo llave, encerrada en las entrañas del universo inacabado. Los deseos de lucha y el eco de un grito inexistente eran su prisión. Los restos de un ángel caído en batalla, las lágrimas de los héroes derrotados, la horda de lobos aullando la victoria de la noche.

Entonces, sonó el agua.


La oscuridad vibraba mientras la noche se estremecía. Los barrotes de sangre aleada con plumas blancas ardían sin luz ante el sonido más puro de la naturaleza.

Solo se veía a la muerte por la ventana de la calle del Olvido, nada más. Paseaba con su guadaña afilada en busca de nuevas víctimas, ya que el mundo para ella nunca fue suficiente. Jamás lo había sido. Y allí se encontraron. Frente a frente.

Estaba de pie. Con la esperanza grabada a fuego en sus ojos, con las ganas de enfrentarse al mundo aún a sabiendas que podía ser una batalla perdida, que era una batalla perdida pero que tenía que hacerlo. Él solo contra la oscuridad. Contra el mundo negro. Por las ganas de vivir.

Respiró el fuego y el azufre en la oscuridad. Respiró el fuego negro que olía a muerte y a destrucción. Notó como la sangre se le revolvía en todos los extremos de su cuerpo y como el veneno del mañana se adueñaba de su cerebro. La parca alzó su guadaña sobre su cabeza mientras el joven corría en la oscuridad. No se veían, se escuchaban, se olían, se sentían en el corazón de la noche, en la más completa oscuridad, y entonces lo segó. La guadaña rompió contra su tronco y la muerte cayó al suelo derrotada. Miraba en la oscuridad los ojos brillantes del hombre que la había vencido.

No se hizo de día, no hubo explosión de luz ni destrucción de la oscuridad, no ocurrió lo que sucede en las películas de ciencia ficción. Lo único que hubo, fue un mensaje silencioso a la muerte.

“Hoy no, pequeña. Al menos, esta noche no.”

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