Correr sin mirar atrás
La
luna iluminaba el mar de colinas. Centenares de pequeñas elevaciones se alzaban
sobre la tierra y la hierba las coronaba hasta más allá del horizonte lejano.
Reinaba el silencio, la quietud, la calma.
Se
encontraba con el torso desnudo notando el viento cortante en su pecho,
sintiendo cada ráfaga de aire frío que su cuerpo tornaba en calor. Miraba con
sus ojos negros la profundidad de la noche encendida por la luna, y escuchaba
atentamente ese susurro que llegaba desde el otro lado del mundo. Cerraba los
ojos notando como el perfume de su lado salvaje dominaba su cuerpo, como la hierba acariciaba sus pies desnudos y el olor a libertad le inundaba los
pulmones.
Comenzó
a correr por el mar de colinas mecidas por el viento notando la hierba que lo
acariciaba a su paso, el viento que lo empujaba e invitaba a correr más rápido,
que daba aliento a sus esperanzas y a sus sueños bajo una luna que lo observaba
deseosa de ser tan libre como su corazón.
Corría
sin mirar atrás y con la sonrisa grabada a fuego en su rostro, pensando,
rogando por ese día en el que aparecería alguien y encendería
todas y cada una de las luces que en el pasado otros pagaron. El día en el que
compartiría su libertad, y dejaría de correr solo por los mares de hierba tan
blanca como la luz de la luna.