Aquí estoy. Aquí sigo. Aquí me quedo.
Y aquí sigo. Valiente y mirando al horizonte mientras el
viento me acaricia los ojos, las lágrimas y el pelo. Mientras me besa con
ternura los labios, y se apaga el cielo. Aquí sigo, sin miedo al futuro,
cubierto de coronas y puñales, de capas y cristales, de soledad y angustia. Pero
no me muevo.
Mi corazón resiste el viento del norte. Permanece oliendo y
saboreando el salitre del agua, acariciando los callos de las manos, la sangre
seca de las heridas y las cicatrices que sanaron. Y otras nuevas que se cierran. Sigo impasible pese a los obstáculos y a las adversidades,
pese a las dagas y a las intrigas, a las inútiles maravillas que juegan con los
sentidos, a los fútiles destinos que albergan las rocas donde los náufragos se
aferraban como su última esperanza.
Aquí estoy. Aquí sigo. Aquí me quedo. Grandes son aquellos que
luchan por la justicia, y que pase lo que pase, jamás arrojarán su estandarte
de batalla para elevar otro de forma obligada o partidaria. Que grandes son
aquellos, que jamás renunciarán a sus ideales, y que pase lo que pase, pelearan
siempre por ellos.
Pese a quien le pese estos son mis ideales, sin par e
inigualables, y es por ellos que muero. Aquí estoy. Aquí sigo, y por su puesto, aquí me quedo.