No les tengo miedo
Lo
escucho en la lejanía. Ya suena.
Se
eleva el sol sobre el horizonte y el cielo se alza completamente carmesí, signo
de que se verterán litros de sangre, sudor y lágrimas. Suenan los cuernos de
guerra, entrechocan las espadas en los escudos, y las cotas de malla tintinean
al compás del trote de los caballos. De pronto, el silencio.
Levanto
el visor de mi yelmo mientras el sol brilla en mi armadura plateada, decorada
con zafiros en el pecho formando el escudo de armas de mi propia Casa, un
escudo de armas por el cual estoy dispuesto a derramar hasta la última gota de mi
sangre y exhalar hasta el último suspiro de mi vida.
Las
hordas del mal, aquellos que atentaron en el pasado contra mi honor y mi
familia, mi verdadera familia, se asientan a las faldas del Monte Oscuro, a la
sombra del sol que amanece y sumergidos en la penumbra y en las tinieblas, pero
no les tengo miedo. A ninguno de sus comandantes ni generales, a ninguna de sus
arpías ni lobas. A nadie.
Alzo
la espada en alto mientras el sol brilla en la empuñadura. Los antepasados se
arremolinan en los cielos aclamando justicia y dando inicio a la batalla. Mi
caballo se alza junto con el rugido de mis hombres mientras el lema de la
familia retumba en la tierra.
¡Antes Arruinado que Arrodillado!