La senda del Pirata
El navío se movía veloz sobre las aguas grises del océano. La Rosa Negra volaba sobre las olas, mientras que Eolo hinchaba sus velas de tonos dorados y ocres, al tiempo que la lluvia y el viento soplaba alzándola sobre el mundo. Tan solo las estrellas y los farolillos del otro buque iluminaban la noche. Los gritos de los marineros para el zafarrancho de combate recorrían la cubierta. La bandera de los abordajes estaba casi izada, y en sus corazones, lo único que existían eran las ansias por conseguir otro buque más, las ansias de seguir siendo libres y dueños de sus destinos al margen de la ley de tierra, viviendo solo con la ley de los siete mares. Arriba, en el palo mayor, te sentías el autentico dueño, amo y señor del mundo que te rodeaba. Las constelaciones te acariciaban, mientras la noche era cómplice de aquellos desgraciados que se fiaban de los mares tranquilos, aparentemente vacíos de piratas. Suena la voz del capitán. Cojo el sable y me lo cuelgo de la cintur