La senda del Pirata
El
navío se movía veloz sobre las aguas grises del océano. La Rosa Negra volaba sobre las olas, mientras que Eolo hinchaba sus
velas de tonos dorados y ocres, al tiempo que la lluvia y el viento soplaba
alzándola sobre el mundo. Tan solo las estrellas y los farolillos del otro
buque iluminaban la noche.
Los
gritos de los marineros para el zafarrancho de combate recorrían la cubierta.
La bandera de los abordajes estaba casi izada, y en sus corazones, lo único que
existían eran las ansias por conseguir otro buque más, las ansias de seguir
siendo libres y dueños de sus destinos al margen de la ley de tierra, viviendo
solo con la ley de los siete mares.
Arriba,
en el palo mayor, te sentías el autentico dueño, amo y señor del mundo que te
rodeaba. Las constelaciones te acariciaban, mientras la noche era cómplice de
aquellos desgraciados que se fiaban de los mares tranquilos, aparentemente
vacíos de piratas.
Suena
la voz del capitán. Cojo el sable y me lo cuelgo de la cintura. Me amarro bien
la pañoleta a la cabeza, enredo un cabo en la mano izquierda, y me pongo de
puntillas sobre mi puesto.
Silencio.
Solo escucho el agua del mar y el completo silencio. La noche es nuestra aliada.
Nadie sabe que estamos allí, y de pronto, se escucha la voz del jefe.
-¡Tiradores
a las cofas! ¡Izad nuestro pabellón! ¡Cerrad sobre la medianía!
Esa
era la señal. Me aferré del cabo, y salté al vacío de la noche notando como la
cuerda se tensaba.
-¡Fuego!
Y
mientras los cañones rugían fuego y hierro, yo volaba hacia el camino que escogí
como forma de ganarme el pan. Qué le vamos hacer, es la senda del pirata.