Última Fortaleza
Estaba
en la cima de la muralla observando su reino. El sol se ponía por la boca de la
ría, las murallas del castillo se teñían del color del ocaso, y los albatros buscaban los últimos rayos del sol. Observó con detenimiento las grandes
praderas que nacían en el puerto, y que morían en las grandes montañas bañadas
de pinos, castaños y robles. Dejó que el viento le acariciara el rostro, y que
éste le trajera desde el mar el aroma salado que lo vio crecer.
Miró
al sur, a las nubes oscuras, rojas y siniestras que eran sinónimo de tormenta y
de batalla. Miró al cielo con el alma ardiente y con el espíritu encendido.
Miró con los ojos del corazón.
Había
luchado durante largo tiempo para proteger ese remanso de paz que había oculto
en el mundo. Sacrificó su futuro y su descendencia a cambio del bien de todo un
pueblo, y ahora, después de todo lo hecho, su sueño peligraba. Pero no tenía
miedo, sabía en quien confiar.
Clavó
la vista en la oscuridad que se aproximaba, agarro con fuerza el puño de su
espada, y se dio la vuelta.
Allí,
en el patio de armas de la Última Fortaleza, el pueblo en el que confiaba lo observaba
atentamente. Veía en sus caras el miedo, y la pena le inundó el corazón.
Observó como en sus rostros solo había aprensión y temor, pero fue entonces
cuando bajó de la muralla para ponerse al lado de su gente.
Cogió
a una niña en brazos, le secó las lágrimas, sonrió a todos, y les dijo que
pasara lo que pasara, él jamás arrojaría la toalla. Que plantaría cara al
abismo y a la bermeja oscuridad para que su pueblo fuera libre, para que los
jóvenes pudieran seguir escuchando el canto de los arroyos, y que las sonrisas
de los niños jamás desaparecieran de esa tierra.
Levantó
su espada, llamó a sus hombres, y donde antes había miedo, ahora solo se veían
ganas de luchar. El miedo no cabía en los ojos claros y transparentes de aquel
pueblo guerrero.
Alzaron
las armas, notaban como el corazón les crecía en el pecho, montaron en sus
caballos y no esperaron. Salieron al galope para encontrarse con sus enemigos,
gritaban por el camino cargados del valor y de la sangre herviente del pueblo
que jamás había caído. De la Última Fortaleza. El último bastión de la luz.
No
importaba nada en ese día. Solo importaba ganar, volver a casa, y cumplir la
promesa que le había hecho a su pueblo. La promesa de continuar siendo un
pueblo libre por unos años más.