A veces la libertad
A
veces cansa luchar. A veces cansa tener que levantarte cada puta mañana y ver
que nada ha cambiado, el mirar por la ventana sabiendo que queda un día menos
para un desenlace que ocurrirá tarde o temprano, y que te dejará tocado,
marcado y herido. A veces cansa y jode el no tener la inspiración suficiente
para escribir, el no poder curar enfermedades incurables, el no tener control
sobre los sueños de cada uno.
A
veces sientes que todo lo que haces y por lo que luchas no sirve de nada, que
en mi caso, el escribir dos libros y medio con 20 años es una patochada, que el
estar en tercero de ingeniería en propulsión es lo normal, y que el sacrificio
mientras lo llevas a cabo es algo inútil. Los sacrificios jamás han sido
inútiles, y cuanto mayores son, mayores son los sueños cumplidos.
Te
tiras dos días que no levantas cabeza, pero luego te envalentonas y te levantas
de la silla, te das cuenta de que a veces lo que hay que hacer es cerrar los
ojos y correr tan rápido como te den las piernas, luchar con más fuerza en cada
golpe, mientras el cansancio y la fatiga se apodera de tus brazos. Todo eso
llega un punto que da absolutamente igual.
A
veces la libertad se transforma en un arma de doble filo, en un arma que te ves
obligado a empuñar para cortarte las alas y no volar lejos de aquellos que te
necesitan. Sacrificas aquello que amas y adoras, para disfrutar por un poco más
de las personas que más quieres, por las que más sufres, y Sí, por las que más
lloras.
Siempre
he amado mi libertad, y es por ello que estoy dispuesto a empuñar esa espada,
esa espada de doble filo, para cortarme las alas y volver allá donde me
necesitan. Ya habrá tiempo para que vuelvan a crecer.
…Y tras mirar del soslayo al atardecer
sobre la cima de los mares, comprendió que llegaba la hora de volver a casa.