La Historia de la palabra Posible
Recuerdo
cuando acabé el borrador de mi primer libro. De cómo El Sello de Mármol no era
más que un bloque de mármol blanco sin pulir y sin dar forma, cuando eran
palabras encadenadas con miles de faltas de ortografía, centenares de párrafos con
decenas de frases, y un peñazo como la copa de un pino.
Recuerdo
que lo envié a una de las más prestigiosas editoriales de España, por si sonaba
la flauta, y por supuesto, no sonó. Pero recibí el mayor de los regalos
posibles, y es entender el significado de las palabras.
La
carta decía textualmente que “no era posible la edición de la obra”. ¿Y qué
hice? ¿Rendirme? Jamás, no va conmigo, así que fui un poco masoquista. Recorté
la palabra “posible”, la subrayé de verde esperanza, y la clavé con una
chincheta en el marco de la ventana de mi habitación, justo delante del
escritorio.
Siempre
que no tenía ganas de estudiar, cuando me fallaban los ánimos, cuando el
corazón parecía que iba a dejar de latir, miraba ese trozo de papel, y
recordaba el motivo por el cual había decidido plantar cara a mi destino.
Pasaron
los años, y finalmente logré que lo imposible se hiciese posible, que las
esperanzas de los sueños fueran reales, y aprendí que las palabras, son la
magia más poderosa que puede existir. Una magia que transforma tus sueños en
realidad.
Palabras. Aquellas que me han demostrado que en las carreras de fondo,
el que pierde, es el que cae de rodillas y no se levanta de nuevo.