A hostias se aprende
Estas
sin aire en el pecho y con el norte
apuntando hacia el sur, sentado en el suelo después de caer inconsciente por la
semejante saca de hostias que acabas de recibir, entonces te miras en un charco
que tienes al lado, te miras en el reflejo del agua, bajo las luces de la
calle, y sonríes de forma melancólica.
Es
como cuando paseas el lápiz sobre el folio escribiendo palabras sin
sentido y acabas comenzando un nuevo
capítulo de tu novela, como cuando pintas la esquina de tu ventana sin
pretender hacerlo.
A
veces las hostias y los puñetazos en el estómago te hacen reconsiderar muchas
cosas, te hacen ver las cosas desde otro punto de vista, te hacen recordar que
es de humanos el fallar, pero de inteligentes el aprender.
No soy
fanático de la Iglesia, pero si hay algo que ha dicho el Santo Padre Francisco
y que me ha calado muy hondo, es una frase que dice que la vida tiene momentos
bueno y momentos malos; en los buenos se
disfruta, en los malos, se aprende.
Aprender
no es fácil, asumir los errores tampoco, pero peor es darse por vencido, y a día
de hoy, no hay Dios que me haga poner una rodilla en el suelo.
Estas
sin aire en el pecho y con el norte
apuntando hacia el sur, pero agarras la aguja de la brújula, notas como el
acero te corta las manos y la sangre rodea tus brazos, notas como mientras
tratas de recuperar el norte, el aire comienza a llegar hasta el fondo de tu corazón.