La voluntad del Sol y de las Estrellas

Tenía miedo, y mucho. Le temblaban las piernas sobre el caballo, el tintineo de la armadura lo ponía nervioso, su corazón latía como nunca lo había hecho, y su mirada, con los ojos tan limpios como los claros despejados de la primavera, observaban al vacío.

Había atravesado lo imposible, sufrido lo impensable, y hecho callo con la más amarga soledad; Se había curtido en decenas de miles de batallas pero ahora se derrumbaba en sí mismo, y entonces, con la voz temblorosa, cogió todo el aire que le entraban en los pulmones.

Miro en su interior, buceó en la oscuridad y en la sombra que hay dentro de su cuerpo, y allí estaba su fuerza.

 Millones de sonrisas volaron por sus recuerdos, centenares de abrazos fueron a socorrerlo, millares de besos y un sinfín de te quieros, docenas de caricias regadas con lágrimas. Eternos caminos recorridos cogidos de la mano, el color de sus labios y el ruido de su pelo, el calor de su aliento, el brillo estrellado que se encontraba recogido en los ojos de la esperanza, y la dulzura del saber que no era un adiós al fin y al cabo.

Abrió los ojos y observó de nuevo a lo que tenía delante.

Su corazón encontró el equilibrio que le faltaba y se dio cuenta de que seguía siendo quien quería ser, que a pesar de no tener la fuerza de antaño que movía el cielo y la tierra seguía siendo lo que era, con el mismo temple en su heroico corazón debilitado con el destino y el tiempo, pero con la firme voluntad de no rendirse nunca.

Una voluntad que heredó de los rayos del Sol, y de la templanza de las Estrellas.


(II y VI de Agosto)



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