Cazar Olas
Silencio
y frío. Notas la incomodidad del neopreno que busca su sitio moldeándose a tu
cuerpo mientras el agua helada del mar te baña los pies y, la sangre del cuerpo,
te pide a gritos que no te metas en el agua, pero es demasiado tarde, eres
Piscis, soñador e idealista, amante del agua y vividor de ilusiones.
Te
aferras sobre la tabla mientras esperas que llegue la ola apropiada. No la ola
por la que tienes que nadar, esperas por esa ola que tiene que comenzar a partir
justo donde tú estás, y mientras esperas, el sol reflejado en el agua, esa
hermosa luz líquida, te hace compañía.
Entonces
llega. La ves en su inmensidad y como tú te quedas a sus pies. Te pones de
lado, sientes la fuerza del agua que atraviesa el neopreno y la coges. Estás
justo bajo el arco de agua que con un crack inconfundible te avisa de que se
desmorona. No piensas, solo ves agua, un agujero que se hace cada vez más
pequeño, y la necesidad de salir por patas antes de que te caiga una hostia
colosal.
Se
cierra la ola, te arrastra hasta el fondo, y notas como das vueltas perdiendo todos y cada uno de los puntos de referencia,
como la fuerza de las corrientes juega contigo mientras que lo único que puedes
hacer, es buscar la forma más rápida de clavar el pie en el suelo para salir a
la superficie rogando una bocanada de aire. El Atlántico no es el Mediterráneo.
Te
pones de pie, y vuelves a la carga. Te sumerges bajo las olas para pasar a
través de ellas mientras los tímpanos se te congelan del frío, de las
corrientes, y del nervio. Así una y otra vez mientras haya luz en el cielo.
Y
entonces lo ves. Hay quien se dedica a sacar fotos a los atardeceres, pero
aquella puta estampa sería un delito fotografiarla. Así que clavas la barbilla
en la tabla y escuchas los latidos de tu corazón, mientras esperas la llegada
de la ola que te lleve de vuelta a la orilla y a casa. Miras el atardecer en
las puertas del Atlántico, pierdes el sentido del espíritu, te amarras a la ola
que pasa, y te despides del atardecer oteando el lejano horizonte.
Cuando
sales del agua y notas que hace más frío fuera que dentro, en pleno Diciembre,
te das cuenta de lo que significa ser un “Hombre de Mar”.