Cucharas
No voy
a negar que me guste ser un trozo de metal, un pedazo de chatarra amontonado en
el puerto de Ferrol, y que se siente elevado entre las garras de una grúa
buscando su nuevo destino fundido en una nueva grapa, una punta, o un tornillo.
Recuerdo
su viaje, el viaje de esa cucharilla que viajó desde la fábrica hasta esa
cafetería donde se toman los primeros cafés. Recuerdo el instante en el que las
robé de las tazas de café, de la tuya y de la mía, y me las guardé en el
bolsillo del abrigo, entre los clips de los apuntes y las servilletas de papel
para sonarme la nariz.
Recuerdo esa noche llegando a tu casa, desnudándonos sobre la cama y parando el sentido
de giro del mundo. Deteniendo el tiempo mientras el frío de las manos se
templaba con el calor de nuestro cuerpo, como nos fundíamos en tan solo un
mismo ser, mientras la ropa quedaba esparcida por el suelo del cuarto.
Recuerdo
el despuntar del alba contigo entre mis brazos, el levantarme sin hacer ruido,
y el encontrarme las cucharas con las que nos servimos pasión en el café.
Recuerdo el perfil de tu cuerpo iluminado por la luz que entraba por los
agujeros de las persianas. Recuerdo que esa noche, deseé ser una cuchara por el
resto de mi vida.