El Alquimista
Recuerdo una canción
que escuché un verano entero, y que pedía en su estribillo que los aviones se
hicieran estrellas fugaces para pedir un deseo. A veces tienes que tener mucho
cuidado con lo que deseas, porque corres el riesgo de que se pueda cumplir.
Nací para soñar y para
llegar a mis metas a través del mundo de los sueños. Decidí que mi camino a
seguir era el de coger los imposibles más inverosímiles, y encontrar ese
agujero por el que se cuelan los ratones escapando con su trozo de queso; ser
esa gota de agua perpetua que acaba erosionando la roca después de pasar horas
y horas dejándose la piel.
Tomo como norma el
seguir las nubes con la mirada perdida, escuchando música sin oírla, siendo
como esa escort de lujo que está ahí
para aparentar, mientras en mi interior la maquinaria trabaja con una única dirección
y sentido. Aparentar un idiota embobado que vive en el mundo de los sueños,
pero que sigue con un oído puesto en el mundo real.
Ser un alquimista. Ser
ese mago ilusionista que bebe libros y roba fórmulas para demostrarle a la realidad, que la
imaginación puede y debe vencer, que los posibles están por encima de los imposibles, y que no importan ni las piedras, ni las zancadillas, ni si quiera el qué
dirán o las críticas que se puedan recibir, con total de defender un Por Qué.
Porque solo es
necesaria una cosa para poder llegar a la meta, y es algo que siempre has
llevado en la mochila. La confianza es la que permite a los pájaros extender sus alas para emprender su primer vuelo, y es hora de ser el pájaro del tiempo.