En blanco
Un
papel en blanco y un bolígrafo. Eso es lo que veo ahora mismo. Blanco. Blanco
inmaculado que no tiene para nada algo que ver con el blanco marfil o el blanco
de los folios, no. Hablo de ese blanco que te estalla en la cara cuando
enciendes una luz, cuando ves el primer rayo del sol que estalla en el
horizonte mientras nace el nuevo día.
Solo
ves luz, nada más. Te duelen tanto los ojos que los cierras, pero sigues viendo
blanco, blanco y más blanco. Hay luz por todas partes y entonces es cuando
lamentas que no haya un poco de oscuridad, una gota de negro que calme el ardor
que te mata la mirada. No pides ni azul, ni violeta, ni rojo, pides el negro
más oscuro que exista, ese negro oscuridad digno de los estandartes.
Pero
no lo ves.
Ni el
bien absoluto es bueno, ni el mal aberrante es precisamente algo desagradable. Ni eternas horas de luz que abrasen y evaporen
las aguas, ni perpetuas noches oscuras que maten toda cuanta especie humana y
animal que hay en el planeta.
Ese
justo equilibrio. Esa gota de oscuridad que reina en tu iris partiendo el
blanco de la mañana, esa oscuridad que me salva de morir ciego.