Diablos Puros
Siempre he odiado y repudiado de
aquellos que quieren imponer su opinión sin importar para nada lo que piensen
los demás, que piensan que solo ellos tienen razón o son la verdad absoluta e
indiscutible. De este tipo de personas los hay en todos los partidos, de todos
los colores, de todos los sexos. De cualquier raza o condición.
Es cierto que las ideas de una persona
cambian con los años. Se madura, y tu forma de pensar madura contigo, quizás en
el convencimiento de que vas por el camino más justo y que el resto está
equivocado, pero es también la vida, esa misma que le da cuerpo y forma a tus
ideales, la que se encarga de decirte si vas bien o mal. Yo la verdad con mi
forma de ser no puedo quejarme, la gente de mi generación la apoya, y creo que
es lo correcto. No estoy anclado en una etapa que no he vivido.
Cuando la imposición atenta contra tu
libertad, es cuando se forjan esos
verdaderos ideales. Es como si yo permitiera que alguien del Opus me diera
lecciones de moral cristiana cuando a los gais, lesbianas, bisexuales o
transexuales poco más y a la hoguera con nosotros. No se pueden aceptar
críticas de aquellos que coartan tu propia libertad.
Los ideales te acompañan toda tu vida y
las personas idealistas no los cambian, pero las personas íntegras, además de
no cambiarlos, respetan a los demás. No se puede pedir respeto cuando no se da.
Y cuando una serie de actos despóticos
y crueles intentan adoctrinar a un espíritu libre, no es que las cosas entren
por un oído y salgan por otro, si no que toma más fuerza para luchar por
cambiar las cosas y evitar que la generación siguiente sufra exactamente lo que
ha sufrido uno mismo.
Eso es política damas y caballeros, al
menos, la política que un servidor defenderá mientras le quede un atisbo de
aire en sus pulmones. Soy como soy, y pese a quien le pese, no lo voy a cambiar.
Aquellos que no sepan renovarse, ya
saben por dónde queda el cementerio.