Morir Matando

Uno de los mayores legados y enseñanzas que me pudo dejar el viejo ha sido el de pelear siempre hasta el final; hasta que las piernas no puedan con el cuerpo y tengas que usar las manos, hasta que las manos no resistan y tengas que dar cabezazos, y cuando la cabeza desista y estés jodido, emplear como arma los latidos del corazón.

Nada, absolutamente nada, le otorga a nadie poder sobre la libertad de elección de la gente. Ni el ser puesto a dedo, ni el amarrarse a una silla valiéndose de la prepotencia, ni mucho menos las amenazas, coacciones, o imposiciones. 

Todos y cada uno de nosotros nacemos libres desde el primer día en que nuestras madres nos parieron, y no pasará un día en el que no sea nuestra responsabilidad el permanecer libres y unidos bajo una misma estela; la de no renunciar a nuestra propia libertad. 

Cuando luchas y lo das todo porque no tienes absolutamente nada que perder, las cosas cambian. No luchas por el mero hecho de plantar cara a nada ni a nadie, luchas por que permanezcan vivas las llamas de la justicia, de la libertad, y que todos esos ideales que te legaron tus ancestros sean algo más que simples palabras que aparecen en el diccionario.

Luchas para que esas palabras tomen cuerpo y forma, para que no sea tu propia boca quien las diga, sino que se escriban a golpe de latidos del corazón. Y si para hacerlo  es necesario plantarse, mirar a los ojos, y decir que por aquí no estás dispuesto a que pasen, es la hora de hacerlo.

No pienso dejarle el camino libre a nadie porque tengan más poder, o más influencias, o más dinero. Si es mi destino no llegar a ningún lado estoy dispuesto a cumplirlo, y si he de morir, moriré con las botas puestas, pero no estoy dispuesto a que se camine por encima de los ideales que defiendo.

Como dijo un buen pirata, “Si he de morir, moriré matando.”


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