Palladium
Hace mucho tiempo en un pueblo
no muy lejano existió una hazaña que nunca sería conocida por la gente de a
pie, pero que haría tambalear los cimientos de una corte podrida y corrupta
hasta el tuétano, una corte capaz de emplear todo cuanto estaba en su mano para infligir
daño a aquellos que no comulgaran con su credo.
Pero hubo un día en el que algunos
se revelaron. El día en el que se quiso silenciar la verdad y atar a la libertad
a un poste para fustigarla. Se les humilló, se les ultrajo y se les injurió
hasta límites insospechados para unos salvar el culo, otros el trono, y otros
el aborto de moralina que corre por sus venas. Pero la libertad, con la espalda
llena de sangre y las alas abiertas sin rendirse en su ideal, aguantó.
Hubo quien intentó por todos
los medios cortar las alas de los que emprendieron el vuelo sin darse cuenta de
que cuando uno vuela, muy alto, más alto de lo que permite ver la vista, las
dagas no pueden llegar hasta ellos. Los ideales no entienden ni de poder, ni de
dinero, ni mucho menos de posición social, solo de lo que entienda el corazón.
Y el tiempo en esta historia acabó fue quien juzgó. Nadie dirá “te lo dije”, pero todos sabrán que al
fin y al cabo, aquellos que defendían la libertad y que volaron alto y lejos, tenía
razón.
Será duro y será difícil, pero
el ser idealista no es otra cosa que saberlo, y no saber hacia dónde te lleva
ese camino. Solo caminar, defender tus ideales, y del resto, Dios dirá.