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Hace tiempo hubo alguien que
me dijo que si quería cambiar las cosas debía abandonar mi posición. Que debía
irme del campo de batalla en que el decidió quedarme, y que tendría que estar a
las órdenes de quien esa persona estipulara. Hoy quizás hasta puede que lea
esta entrada y entienda por qué no abandoné a quien merecía la pena.
Si os dan a elegir entre un
mundo de posibilidades y una certera convicción que ha nacido de años de
trabajo incansable, quedaros siempre con la segunda. Que no venga nadie ofreciéndoos el oro y el
moro como si fuera un cheque en blanco, porque el cheque puede estar sin
fondos.
Hace tiempo que tomé la
decisión de quedarme al lado de quien igual no me ofrecía una victoria
asegurada, pero sí me aseguraba los pilares sobre los que se asienta toda
democracia: respeto, libertad, justicia, e igualdad. Es preferible estar en el banquillo
de la primera división que titular en una liga comarcal.
Arriesgué a defender en territorio
comanche en lugar de seguir los cantos de una sirena, y no me arrepiento en
absoluto. Supongo que atrás queda ahora la etapa de guerrillero con la bandana
en la frente, aunque quien sabe, igual un día hasta desempolvo el rifle de
asalto.
¡Día 3 hoy vas a ser muy
grande, vamos allá!