Equest Moments
La
primera puerta siempre es la más jodida de cruzar, y eso que me esperan un buen
puñado. La tengo delante; es una puerta verde, un extraño color como el verde
de la hierba recién cortada mezclado con el verde radioactivo del refrigerante
del coche. Es algo similar al verde de la lata del Monster.
Es una
puerta sin pomos ni cerradura pero que se encuentra cerrada a cal y canto, y
que sólo puede cruzarse usando la cabeza como llave, o por lo menos es lo que
reza en un letrero dorado situado en su marco. Primero lo intentas de forma
literal; te pones un casco y turras contra ella pensando que tarde o temprano
ésta acabará cediendo, pero sería demasiado fácil.
Entonces
la miras, te sientas en el suelo con las piernas cruzadas y la cabeza sangrando
de tanta hostia que te has dado, y entiendes que para llegar al final de
corredor hay que hilar muy fino. Para ello dejas volar la consciencia y
empiezas a calcular momentos, a tejer vectores de inercia que sobrevuelan
sólidos rígidos y triedros que carecen de sentido alguno, haces cuentas y
vuelves a hacerlas, el tiempo se acaba pero tienes tiempo para estar preparado.
Los
resignados dicen que no se puede hacer nada contra el tiempo, y por algún extraño motivo, los rebeldes
siempre jugamos con el tiempo a favor.