Hijos Libres

En una tierra lejana contaban
una leyenda,
que la paz truncada se vería
por la guerra.
Que los señores de la tierra se esconderían
en sus fortalezas
y que la gente, su pueblo, elegiría la suerte
que tuvieran;
O bien servir a los bárbaros
bajo púrpura y morado,
o el caer bajo el manto azul
del cielo estrellado.


Llegó ese día
en el que las cenizas el suelo tiñeron,
en el que los astros
del firmamento cayeron,
y en que los sueños dejaron de hacerse realidad.


Se dejaron de escuchar los arroyos
y los susurros del viento,
cesaron los juramentos del tiempo bajo el cielo casto
pues ya no hubo más pasto
que el fuego sobre la lealtad.


Y fue en ese instante
en el que la sangre de nuestra historia fluyó río abajo,
cuando los rayos del ocaso
se mezclaron con el canto del gargajo,
que se recordó el momento que nos llevó
a este final.


Ese instante que las piedras de nuestro camino,
aquellas que labraron a sangre y sudor
nuestro destino,
nos mostraron la cruda realidad.


Antes arruinado,
que arrodillado.
Antes emparedado,
que a vuestra merced.
Somos hijos libres de una tierra y de un mar,
Hijos del sol
que nos ha visto crecer.


Alzados pues, en armas.


Sintiendo el corazón
que golpea en el pecho pidiendo paso,
paso para enfrentarse en solitario a su cruel realidad.
Es preferible el morir matando
que el morir sin más.


Dejad que suenen las gaitas
al viento de poniente,
permitid que nuestra bandera
sean los colores del amanecer,
dejad que los ríos entonen nuestro himno
y que el pueblo al frente mire bien.
Que asuma que el renacer de las cenizas
es su deber.


Que no hay recompensa sin sufrimiento,
que no hay amor
sin libertad.
Que las espadas alzadas al cielo
son la brújula de nuestro viaje,
y que cuando todo está perdido,
nada se puede perder ya.



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