Por Cojones
Tienes ese tic en la pierna que te obliga a estar moviéndola
como si usaras una de las viejas máquinas de coser. Tienes esta curiosa manía
de mirar a todos los lados esperando que llegue ese momento en el que tu corazón
dirá basta, y no quedarán más narices que bombear sangre con el alma.
Te subes a esa máquina infernal con una premisa en
la mente: “por lo menos, que sea como mínimo como el anterior”. No pides más,
después Dios dirá si tu alma puede tirar del carro. Empiezas a notar como el
corazón funciona pausado, como el aire entra y sale mientras los poros de la
piel se abren, como los sonidos de tu alrededor alteran tu mente y llegas
arrastrándote al umbral de esa puerta donde otros mejores que tú han caído.
La boca comienza a saber a hierro fundido, de hecho
dudas de si tienes sangre o acero candente en la garganta, pero estás tan
concentrado en no desfallecer que decides que ese pensamiento ya lo tendrás más
adelante.
Las piernas llevan muertas un buen cacho y solo
responden a la inercia del cuerpo, a la inercia de la espalda que funciona como
el péndulo de Edgar Allan Poe. A la mierda, así reviente mi pecho. Una bocanada de aire, una bocanada que tiene que
durar lo que no han durado las demás, y la fuerza mental de aguantar un dolor
indescriptible que pide a gritos que pares, que te susurra levemente en cada
palada que no puedes, que estás acabado, que hasta aquí llegaste.
Por cojones. Como dijo Yoda hazlo o no lo hagas,
pero desde luego no lo intentes. Enajenas de todo lo que te rodea, no escuchas
nada, y recuerdas que no hay más fuerza que la que nace del interior de uno
mismo, de la mente fría que vence al corazón pidiéndole solo dos pulsaciones
más, tan solo dos para que la sangre corra como nunca lo ha hecho.
Ya no sabes a que corazón rezarle; si al que late a
punto de explotar, o al que te dice "ten pelotas y acaba". Y lo haces. Porque todo
principio tiene un final y nosotros, solo nosotros, somos los encargados de
escribirlo.