Siete Días
Cuando te dicen que vas a
tener en siete días a tu segundo vástago en casa, experimentas una sensación curiosa.
Conservas esa ilusión del
primero, ese “no me puedo creer que por fin esté aquí”. Conservas esa sonrisa
de haber cumplido contigo mismo y con esa promesa de escritor de causas perdidas,
y es inevitable recordar como empezó toda esta historia.
Recuerdo esta misma sensación,
recuerdo que llovía, era de noche, hasta recuerdo la hora y la cara de mala
leche por aparecer en la oficina de correos justo cuando estaban cerrando, y
recuerdo que cuando me lo dieron en la mano salí corriendo para abrir el
paquete. No sabía ni por donde se abría aquello. Aquellos que sean escritores
saben de lo que hablo.
Tienes en tus manos el poder
de crear, de destruir, de viajar por mundos a placer, de llamar a gente que no
está contigo para que libre batallas codo con codo, para que un minuto de los mil
cuatrocientos cuarenta que tiene el día te puedas evadir de la realidad
siguiendo con los pies en la tierra.
Este libro me dio la
oportunidad de tomar el camino de dedicarme a escribir un pelín más en serio, y
al mismo tiempo me sirvió para demostrarme que no hay mayor sentimiento de
libertad que la propiedad de tu obra. Creo que a esto podría llamarle “Capitalismo
Cultural”.
Han pasado tantas cosas desde
ese viaje a Londres, han cambiado tantas cosas en mi forma de ser, que cuando
coja a este pequeño en brazos sentiré como se cierra otra etapa en mi vida,
como ese bolígrafo negro con la amatista engarzada que compré en Windsor escribirá
el punto y final.
Siete días con sus noches, y
nuevo libro por escribir. Otra batalla más que librar.