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Mostrando entradas de mayo, 2016

El Isleño

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¿Cómo enfrentarse a lo desconocido cuando no sabes de qué se trata? Es de esas cosas imposibles que en algún momento de nuestra vida nos preguntamos, de tal forma que jamás seremos capaces de encontrar una respuesta sencilla o clara. Supongo que será como los magos, que no llegan ni pronto ni tarde, si no cuando se lo proponen. No se puede luchar contra las cosas que no están en tu mano. Lo único que puedes hacer es demostrar que mientras tú tienes las riendas de tu propio destino, eres lo suficientemente hábil como para demostrarte a ti mismo que eres capaz, por encima de lo que diga la gente. Esa misma que hoy te dice una cosa y al día siguiente cambia de opinión.  Quizás en la vida haya que ser un poco como el isleño; el hombre que vive en su isla haciendo frente a su eterna guardia a las puerta del océano, sabiendo que como única recompensa tendrá un reconocimiento merecido y que pese a quien le pese, ya ha dejado su nombre escrito en la historia.

Cuatro

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Es el sonido del alba el mismo día de la batalla. Esperas que sea un combate igualado, que cumplan la palabra y sea un 50 contra 50. Que no haya maldad de por medio porque bastante maldad ha habido en los últimos años por el mundo adelante. Es una mezcla de nervios y pulsaciones aceleradas, de angustia aderezada con la certeza de una libertad inminente después de dar mandobles a diestro y siniestro.  Recuerdo otra etapa en la que tenía esta misma sensación, esta sensación de historia que se repite para compensar por el pasado, de lenta agonía en forma de días eternos bajo el sol. Alguien escribió una vez que el miedo no es la ausencia de valor, si no el tener miedo y enfrentarte a él. Ha sido muy largo el camino recorrido como para morir ahogado en la orilla. El lugar es aquí, y el momento es ahora. Que de comienzo la hecatombe.  Alea Iacta Est.

Lo recordé

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Y hoy sin darme cuenta me acordé de ti. Me acordé de lo vivido y de lo que nos quedó sin vivir, de lo que se le restó a tu tiempo para sumarle metas al mío.  Recordé eso de que debes vivir porque la vida son dos días, que  el mundo no es de los justos ni de los valientes, si no de los últimos que se quedan y apagan la luz, de los que mueren matando. Recordé las enseñanzas en silencio, el arroz con carne picada y las charlas interminables sobre lo bonito que tenía que ser el sitio en el que naciste, al que algo me dice que iré algún día, y el olor de tu perfume de lavandas. Hoy sin querer recordé cuanto te sigo echando de menos, pero sobre todo, recordé que uno nunca tiene que dejar de sonreír aunque el cielo se oscurezca, y que no hay derrota más humillante que el no haber peleado nunca. Ahora que se acerca el momento, donde quiera que estés ilumíname la cabeza. Del resto no sé cómo, pero ya me encargo yo. 

Presión ocular

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Llega un momento en el que revientas, en el que bajas los brazos, en el que pides pan por señas. Es imposible aguantar todos los días con la moral hasta niveles estratosféricos cuando esto, más que una carrera de fondo, es una temporada completa de maratones a nivel europeo. El truco es saber cómo bajar el ritmo. No puedes bajarlo de golpe, porque si lo haces corres el riesgo de desaparecer del mapa, de autoconvencerte de que tienes que parar porque ya no puedes aguantar más así. Aunque tampoco puede ser algo que te lleve toda la vida, que estés reduciendo como si fueras una persona de 90 años en un coche que está a 5 kilómetros de un stop y teme llegar demasiado apurada. Reducir marchas no es para nada fácil. Es una mezcla de resistencia y de control, de ir fácil sufriendo lo suficiente como para saber que sigues en la pomada. Y es que la vida es eso; son momentos agónicos disfrazados de sueños alcanzables mientras la presión hace que te duelan los ojos.

Stones and sticks

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Imagina que el aire arde, que no puedes respirar por culpa de ese calor tan asfixiante que te destroza por dentro y que tu cuerpo, borracho de sudor y agonía con cada bocanada de oxígeno, te pide por un segundo que recapacites, que pienses en ti, y que por favor frenes. Decía un texto que leí no hace mucho que una piedra la usaron como arma, como asiento, como parte de una casa, como ese balón de  fútbol  de niños pequeños, que fue con lo que David mató a Goliat, o que incluso Miguel Ángel le dio vida. Que en todos los casos la piedra era la misma, pero que el hombre fue quien tomó la decisión de cambiar su destino.  Siempre he dicho que si la vida te da palos te hagas una cabaña, y si te tira piedras montas un castillo.  Jamás te acuestes un día sin soñar un poco más, nunca olvides que la propia vida es quien nos hace protagonistas de nuestra pequeña historia .