Los Demonios Buenos
Hace mucho tiempo en una
tierra lejana, tan lejana como la joven mente de un adolescente, existió un rey
que arengó a sus tropas pidiendo que hicieran honor a su nombre y al apellido
de su casa, que hicieran honor a su fuerza y a su valor, al acto de
hermanamiento que la sangre y el acero forjó con el transcurso del tiempo.
Dijo que si tuviera que morir
ese día, por lo menos estaría orgulloso de haber muerto al lado de aquellos que
jamás han permitido que el terror silenciara su voz. De aquellos a los que
después de lealtad forjada llamó hermanos.
Es muy fácil llegar a las puertas del infierno, pero más complicado aún es atreverse a cruzarlas por causas que no son las tuyas aceptándolas como tal, por el compromiso y la lealtad que rigen unos valores inculcados por quienes siempre quisieron lo mejor para ti.
Ha querido el destino que dos
momentos importantes converjan el mismo día, el día en que San Pedro abrió sus
puertas para un ángel que inició su camino, y el día en el que un demonio busca justicia en la tierra.
Que tus alas custodien las
puertas de mi destino, que tu aliento me de fuerzas. Que sea como me dijiste, y
que el Sol siempre le venza a la espesa niebla. Porque como dijo el padre del
liberalismo británico Edmund Burke, lo único que
necesita el mal para triunfar, es que los hombres buenos no hagan nada.