Pescado al Horno
El otro día comiendo me
dijeron que comía el pescado como si fuera un cirujano en una operación.
Primero un corte a la altura de la espina, después sacar con el tenedor las
espinas de la parte superior e inferior, sacar la piel o escamas, todo con mucha
calma, con tranquilidad y sosiego.
Como todo en esta vida, hay
platos en los que el pescado tiene muchas espinas como el besugo o una piel
dura como la del roncudo, pero todo ello son elementos que guardan la carne más
sabrosa.
Ahora que el pescado está en el horno, con la
temperatura apropiada y sazonado en su punto, es cuando toca sentarse, ponerse
un Albariño o un Ribeiro fresquito, y esperar a que la piel se ponga dorada,
crujiente, para poder hincarle el diente.
Hasta ahora todo prosigue
según la receta anunciada en el libro de cocina, de esa receta maestra que
surgió de los errores pasados con la firme convicción de no repetirlos en un
futuro. Ese futuro ha llegado. Uno puede cometer errores, luchar, vivir, amar, pero
siempre debe recordar quien es.
El idealismo jamás morirá
siempre y cuando haya una persona que esté dispuesta a defenderlo, y decía un
sabio: siempre he querido morir con las botas puestas. La Zanpaku-to está
brillando, es la hora. ¡Bankai!