Corazones encendidos
Como de costumbre, antes de comenzar a escribir la entrada de rigor, escucho primero la canción que va acompañarla. Ni más ni menos, sin escribir, rezando para que la inspiración o la Diosa interior se ponga de acuerdo con las ganas y les diga: “¿Qué, hacemos algo?”.
Para variar llegamos a casa a las horas más intempestivas posibles, y abandonamos el hogar cuando todavía no ha despuntado el alba. Es como si tuvieras déficit de brazos y tuvieras que cambiar de creencias pidiéndole a Shiva que te de un precioso juego de brazos a mayores.
A veces sientes las imperiosas ganas de coger todo, meterlo en una manta, ponerle un lazo rojo, y mandarlo montañas abajo hasta donde Jesucristo perdió las sandalias.
Pero no, nunca lo haces.
Siempre acabas quejándote de que no tienes tiempo ni para respirar, y encuentras el punto culminante del placer cuando haces las cosas en tiempo y forma a costa de sacrificar horas de sueño. ¿Qué es eso del sueño? ¿Se come?
Jamás me cansaré de decir que ya habrá tiempo de dormir cuando estemos muertos, porque al fin y al cabo, no hay mayor muerto en vida que aquel que se queda de brazos cruzados en casita sin hacer nada.
Corazones encendidos ardiendo con deseo. Bendito Hammerfall.