El Arte del Kintsukuroi
Hace
tiempo que no hablo con vosotros, que no os visito ni os molesto de alguna
forma.
Quizás
porque he crecido y he dejado de lado esa parte que tanto se volcaba en los
sentimientos y se centra ahora en el raciocinio. Quizás porque me tocó asumir
el control de la vida. Quizás porque dejé de rogar por la señalización del
norte, y decidí que el norte fueran las puntas de mis zapatos.
Desde
entonces no escribo como antes. Ni vivo, ni siento. Desde entonces he dejado
atrás la juventud sin preocupaciones y me centré en el rol para el que estoy
predestinado, y para el que tantas migas de pan habéis dejado.
Intento
hacer como hace la cultura nipona, que cuando se cae un jarrón y se rompe en
pedazos lo juntan con oro porque las cicatrices siempre son un punto a favor y
te hacen más fuerte. Porque las marcas, las alteraciones en el cuerpo, siempre
van acompañadas de sentimientos ocultos en lo más profundo del corazón.
En
esos rincones a los que absolutamente nadie consigue llegar. Esos rincones que son la base del Kintsukuroi: el arte de hacer bello y fuerte aquello que en un pasado fue frágil.