Entretejiendo Mithril
Cuando
cae la noche reconozco que me quedo sin fuerzas para sonreír, que me falla el
aire en ocasiones cuando busco oxígeno entre los astros del firmamento, entre
la niebla que cierra las calles y no te deja ver ni lo que tienes delante a un
par de metros.
Es
como lo ocurrido tras el desastre de Artemisa, como la
caída del astro rey que deja asolada con la noche perpetua la tierra, tal y
como decía Lord Byron en uno de sus textos.
Somos
nosotros los que creamos a nuestros demonios, los que creamos a partir de los miedos
por la imaginación desbordada que nos ocasiona esa ceguera ocasional, el ruido
silencioso que perfora los tímpanos en ese instante en el que estás a solas
tirado en la cama, con la luz apagada, pensando en el infinito y más allá.
Es ese
estado de hibernación en el que ajustas tu coraza de mithril y pones a punto tu arsenal por lo que pueda pasar. Porque una coraza nueva tarda tiempo en hacerse, y siempre fuiste más de reparar, que de tirar y comprar algo nuevo. Aunque en esta ocasión quizás necesites una armadura nueva.
Coge
aire, aguántalo en tu interior, y sin mirar hacia atrás, sigue corriendo.