Bajo Cero
Una
gota. Lo que cae una gota fue el tiempo en el que tardé en darme cuenta de que
quién caía realmente, era yo.
Una
gota fría, calculada al milímetro entre nubes de vapor, aire y neón. Una gota
transparente con cara de velocidad a medida que se acercaba al suelo sin
frenos, sin otro paracaídas que su resistencia a volar.
Una
gota. Esa gota que revienta el asfalto con su traqueteo incesante, que se suma
a la riada para reventar muros, puertas y cristales, que atraviesa como una
bala el pecho cuando cae la temperatura hasta el cero absoluto.
Como
diamantes líquidos que se adaptan al continente preservando su contenido, que
brillan amplificando la luz que llegó al mínimo casi extinguiéndose, pero que
entendió que la frialdad es otra forma de vida.
Porque
no hay nada malo en vivir en la noche, el frío o la oscuridad, siempre y cuando
se esté dispuesto a pagar el precio de ser una gota de agua que asesina como un
aguacero.