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Mostrando entradas de diciembre, 2017

Dos cero dieciocho

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Un año más al haber. Un año más que se cierra y del que como en todos, me llevo solo enseñanzas. Si ganas, ganas, y si pierdes, aprendes.  No renuncio a ser libre, pero tampoco renunciaré a ser feliz. Este año he aprendido, y sobre todo me han enseñado. He aprendido el valor de la palabra lealtad, y lo que conllevan la responsabilidad y las cargas. He viajado, y este año que entra me enfrento al que será, sin lugar a dudas, el año en que más lo haga. El viaje que tantos años llevo esperando y a un lugar totalmente desconocido, caminando sobre el agua como hicieron cuatro generaciones antes que yo. Libre de mochilas y de cargas, siguiendo las enseñanzas de Juan Salvador Gaviota. He conocido a personas increíbles, y otras se han apeado del viaje. He probado en mis carnes uno de esos dolores que nunca sabes que puedes llegar a experimentar, y después de poner la rodilla en el suelo, me he levantado y sigo caminando. He conocido aún más a mis amigos y sobre todo, he aprendido

Agua y viento

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Lo primero será raparte el pelo y hacer una rápida purga de todos esos conocidos de las redes sociales, esos que cuando te ven por la calle no te saludan y hacen lo posible para que no los veas, y así evitar saludarte. Lo segundo que harás será coger una bolsa de basura, una de estas bien grandes. Dentro de ella meterás toda la ropa que puedas y que haya pasado más un mes y no te hayas puesto. Vaciarás tu armario de todo aquello que está criando polvo y que guardas por la inercia de cambio. Una vez la tengas seleccionada, una parte irá a la beneficencia y la que no se pueda, a la basura.    Lo tercero será poner en orden todos y cada uno de los papeles que tengas pendientes. Organizarás tu despacho, tu bunker, tu sala de control. Lugar en el que se gesta toda cuanta acción merece la pena emprender, donde se dan punto a cada parágrafo de los libros que escribes y de cada plan de acción. Lo siguiente, no lo sabes. Supones que lo que tienes que hacer en avanzar con paso firme

Y llegó el Invierno

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Cuando pasa el tiempo empiezas a encontrarle el significado a las canciones. Las letras siempre esconden algo tras de sí, detrás de la conjunción entre las palabras y las notas, entre los acordes y la intensidad con la que se toca el piano y se besa el violín. Supongo que era necesario darse cuenta de esto. De que el frío no es nada malo, y más cuando en pleno solsticio de invierno tienes que llevar camiseta de manga corta por culpa del calor que surge del interior, de la máquina que bombea sangre en el pecho. Algo ha cambiado. No sé exactamente lo qué, y quizás nunca lo sepa, pero lo que si sé, es que esto ha terminado ocurriendo por un motivo. Para bien o para mal, pero tiene que tener un motivo. Porque el calor ha dejado de causarme problemas, y el frío es más cómodo de lo que recordaba. Porque como dice una de las canciones con más versiones de los últimos tiempos: “a mí el frío nunca me molestó”.

Re-Start

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A veces es necesario dejar de escribir un tiempo. Sentarse y sentir. Solo eso. No hacer otra cosa. Hace años, poco más de tres, escribí una entrada que ahora me arrepiento de no haber publicado. De hecho, ni si quiera sé si conservo el Word en algún lado. Era una entrada acerca de lo necesario que era el estar solo, el encontrarse primero a uno mismo y el conocerse en profundidad. No, no hablo de lo mítico de decir: conozco mis defectos. Si no de ver sin emplear el sentido de la vista. De saber qué es lo que más deseas desde lo más profundo de tu ser, de comenzar a enlazar las estrellas del firmamento para trazar tu camino. Quizás sea el momento de seguir ese sexto sentido. De abrazar el océano, y de volver a cumplir sueños. De jugar con los impulsos, de correr libre con el viento. Cojo aire antes de cerrar los ojos y echarme a dormir, rezando por acertar en el camino que he decido tomar. 

Agua hacia arriba

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Y aquí me encuentro. Sentado en un café con el café más frío que el hielo, con el portátil sobre la mesa, y una canción que tienes más años que mi hermano pequeño sonando. Hace tiempo que me dejo llevar por los impulsos y los sextos sentidos, que para unas cosas pienso más que Platón, y para otras soy más irracional que Cupido. Que siempre cuesta volver a sonreír, pero que tú sabes que la sonrisa nunca vuelve a ser la misma.    Me decían no hace mucho que tenía una sonrisa característica, y supongo que es lo que me queda después de todo lo vivido; el intentar no perderla. Aferrarme a ella como el clavo ardiendo que se antepone a todo de cualquier forma posible. Porque como dicen los sabios: Nunca sabrás el verdadero valor de un momento hasta que se convierte en un recuerdo.

El susurro de la espadaña

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Silencio sonoro. Lo que despierta cada mañana en la penumbra del cuarto cuando todavía no se levanta la persiana. Penumbra que te baña por completo bajo el calor de las sábanas y de las mantas invitándote a quedarte entre ellas un poco más. Pero te levantas, y dejas que el sol entre de nuevo.  No naciste para ser un espíritu aletargado en un depósito de cristal, para ser un cuerpo anestesiado por el silbido de la espadaña que se mece bajo el atardecer, bajo los tonos anaranjados que arden al otro lado de la montaña. Y así ardió todo. Hasta no dejar rastro de nada, hasta cubrirlo todo de ceniza para que de ellas resurgiera un brote. Ardió bajo la mirada del ocaso y el silencio de las estrellas, ardió hasta consumirse a sí mismo como el caníbal que se devora. Entre fuego, silencio y ceniza, todo volvió a crecer.