La Canción de siempre
Es
esta canción, precisamente esta canción. Con esta canción comenzó todo y cuando
parecía olvidarme de ella, en uno de esos polvorientos CD’s que tienes
agolpados en la mesa, aparece.
La que
abrió las puertas de la literatura fantástica, la que te hacía escribir más
deprisa con cada allegro, con los
coros cantando al unísono tan alto que el vello de punta te atravesaba la
camisa y hasta la tela del calzoncillo.
Que el
corazón te pedía que imaginaras más rápido, tan rápido que los dedos se deslizaban
sobre el teclado como un pianista con la novena, y es un efecto que continua
haciendo, creando más faltas por segundo que un niño de prescolar, pero
viajando a esa velocidad cercana a la velocidad del sonido que solapa los
latidos del corazón.
Y se
frena.
La
mágica obra de Clint Mansell, la que sonó cuando la cimitarra de Nerdia
desalojó con su poder la Bahía de Ars, otrora la Bahía de Muala, la que luchó
con los Hombres Lagarto para impedir el avance del Imperio, la que destruyó
hasta los cimientos la fortaleza de Breakheart.
Lo
recuerdo como si fuera ayer mismo. Tenía la pantalla del MP3 destrozada pero
seguía funcionando. Estaba sentado en mi mesa de 4º de E.S.O., y comencé a
dibujar en uno de esos intercambios eternos de clase. Y sonaba esta canción. Las
primeras líneas del primer mapa.
La
canción de los imposibles. La banda sonora de una de las películas más duras
que he visto. La canción con la que nació y murió todo. La canción de siempre.
Cierra
los ojos, llénate una copa, y vuela allá a donde quieras volar. Cuando duermas, entonarás el requiem por un sueño.