Último atardecer
Y
mañana cuando me despierte tendré que enfrentarme a mis miedos. A las ganas que
me invaden y a los miedos que me atemorizan, a los que me marcan un antes y un
después desplazando los puntos finales.
Desde
pequeños nos meten entre ceja y ceja que los hombres no deben de tener miedo,
que tienen que defenderse si les pegan, que tienen que ser, grosso modo, hombres. Pero reconozco que
nunca te preparan para esto. Una cosa reventar un labio en el patio del
colegio en legítima defensa, y otra es encauzar tu vida a una sola acción.
Aproveché
los largos paseos en una ciudad del extranjero acompañados de la música y de mi
soledad para entender que, aunque suene egoísta, uno está por delante de otras
personas, aunque sean personas que te importan. De retos que suenan a enormes
campañas y que, para que negarlo, acaban pasando un suave y terso velo que acaba
cubriendo tus sueños, relegando estos a un segundo plano.
La
eterna lucha del Yin y el Yang, del rojo y del azul, de lo dulce o salado,
calor o frío. Va siendo hora de centrarse en el objetivo más importante de todos y ajustar cuentas con Poseidón.
Estos
días los puedo reducir a una de las grandes enseñanzas que
siempre me acompañarán, y se resume en la frase de un músico con el cual he
mantenido confesiones incontestables:
"Haz lo que realmente quieres hacer. Si
puede esperar y espera, es que entonces vale la pena."
Y
confío en que así sea.