Luz Verde
No te
lo esperas para nada, pero algo dentro de ti te pide que vayas a cubierta. A la
tercera, al abrigo de la parte posterior del guardacalor. Allí donde ningún
obstáculo impide ver la inmensidad de lo que estás viviendo.
Y te
lo encuentras delante de ti. Como un golpe en el pecho que te deja sin aliento,
que te hace coger aire mientras la brisa y los últimos rayos de sol te besan en
la frente y te acarician la mejilla, como el último beso, la última caricia, la
última mirada. Y esperas los minutos que sean necesarios para contemplarlo.
Decides
esperar allí un poco más, con el aire contenido en los pulmones recordando esas
raíces tan profundas que se las traga la Mar, que llegan hasta donde descansan
los esqueletos de los galeones de Trafalgar. Y se te escapa la lágrima cuando
lo ves.
En el
horizonte. Con el cielo despejado y rasgado por alguna nube perezosa, con la
duración de un cuarto de latido, en la línea mágica que separa dos mundos; la luz verde.
Por
esa luz verde que brilla desde el otro lado, desde la puerta de los dos mundos de la que hablan los viejos marinos. En ese punto. Ahí. Os he vuelto a ver, y os he sentido más cerca que
nunca en mi vida.
Ha
sido hasta la fecha, el mejor regalo que me ha dado este mundo. El mejor
momento que recordaré. Y allá donde quiera que estés, después de catorce años de tu partida, solo puedo decirte que tenías razón. Abuelo, incondicionalmente, gracias.