Reencuentros
Cuando
menos te lo esperas, el destino pone negro sobre blanco y te regala esos
momentos que recordarás durante un segundo, pero que te llenarán de anécdotas.
Recordarás
el atracar en Ibiza, y sin pensarlo poder quedar con alguien a quien no veías
desde hace la friolera de 10 años, y que era prácticamente improbable, por no
decir imposible, que os vierais en las condiciones fijadas; de disponer del
tiempo necesario para hablar sin prisas, en una isla del Mediterráneo, en la
que las posibilidades de cuadrar eran hasta negativas.
También
tendrás esa anécdota de la amiga con la que pasaste una de las etapas que más
te han marcado. Una de esas amigas con las que bebías el vodka más barato que
había en Alcampo los jueves por la noche, con la que dabas la putivuelta en el
Cenicero y a la que acabaste viendo en una terraza delante del Palacio
Consistorial de Cartagena.
Pero quizás
lo que más te lleves sea el abrir el cajón del escritorio y notar un escalofrío
que mete miedo. Precisamente encontrarlo el día en el que más pecho pude sacar
demostrando cómo saber dónde había fugas de aire en un latiguillo con tu método
infalible. El método que me enseñó un mecánico que dedicó parte de su vida a
las bicicletas y a darme la paga a escondidas.
Desconozco
si es el universo o el karma, o quizás ambos, los que regalan estos momentos. De
sentir que estoy recorriendo el camino que lleva a Oz pero sin necesidad de
recurrir a los adoquines amarillos, si no a los simples y únicos latidos que
parten del corazón.
Al fin
y al cabo, creo que estas cosas son las que acaban valiendo la pena; el honrar
a los tuyos, el mirar al futuro sin miedo, y el respetar el pasado como el
punto de partida.