Viento helado
Escuchas
de fondo el ronroneo del motor mientras el sol entra por la ventana del
camarote. Tienes quince minutos antes de bajar al zafarrancho de combate y
apreciar un poco más el significado de dormir del tirón unas ocho horas diarias,
porque eso solo ocurre cuando no estás surcando los mares.
Pero
es curioso. El mecerte con las olas mientras ves el reloj de la pared y la
calidez de la luz te relaja. Hace días que toda esa presión y todos esos cabos
que hay en tierra dejaron de pasarse por la cabeza, y te das cuenta de que lo
imprescindible, realmente, ya no lo es tanto.
De hecho, te das cuenta de que
puedes llegar a rendir mucho más con unas millas de distancia que en el propio
renglón de la ecuación. Te das cuenta de que vale la pena vivir para que no se note tu presencia, si no para que
deje marca tu ausencia.
Quizás
es la brisa que baja de la montaña nevada y que cruza el mar para darme en la
cara, que me ha despejado las ideas hasta límites que yo mismo desconocía. Todo
ha sido siempre cuestión de perspectiva y del atreverse o no a hacerlo. Con las
ideas más claras que nunca, y lo que me queda.
No
había huevos… Hasta hoy.