Dejar de correr
No cuestión de que sea fácil o
difícil, es el momento en el que desconoces en qué punto se encuentra la cruz
de la balanza. En qué punto de referencia está el equilibrio más aproximado.
Siempre he sido de correr. De
ponerme los tenis y empezar a correr. De que las prisas guiaran los pies
manteniendo el control de hacia donde quería ir.
Cuando estuve embarcado lo que
más aprendí de la mar es que las olas, tarde o temprano, acaban llegando a
tierra. Que la mar es paciente, y que las cosas que realmente valen la pena
nacen fruto de precisamente esto, de la paciencia de plantar una semilla que dé
lugar al brote.
De plantar una semilla de
naranja que haga crecer el árbol, de la flor de azahar que lo impregne todo de
su esencia y de la que no surge una naranja a medias, si no la naranja
completa.
Porque el tiempo pierde
sentido cuando se conoce el destino, y el viaje en sí mismo es realmente lo que
importa. Que aquí da igual la entropía si es negativa, positiva o igual a cero. Que lo
único que siento es que estoy haciendo lo correcto, y que me siento bien.
Y ahora que tenía miedo de
dejar de correr, he encontrado el gusto en poder caminar.