Oído, visto y sentido
He
visto los atardeceres más increíbles que haya podido pensar. He visto como la
luna llena se reflejaba en las aguas y lo bañaba absolutamente todo de tono
madre perla. He cantado la canción pirata de Espronceda situando Asia a un
lado, al otro Europa, y allá a mi frente Estambul.
He
sangrado, magullado y hasta aplastado partes de mi cuerpo quedándome cicatrices
que jamás se irán, pero en ningún momento he dejado de seguir afilando acero,
soldando, o sumergiéndome en diésel y fuel oil. Jamás he soltado la llave
inglesa en un apriete, ni cesado en el intento de buscar una solución. Así
tuviera que leerme todos los manuales en japonés que se me pusieran por
delante.
He
navegado con delfines jugando a mi proa, y cachalotes resoplando a estribor. He
sentido en la cara el viento en el castillo mientras el horizonte, y solo el
horizonte, se abría ante mí como la línea generada entre las páginas de los
libros a los que tanto he echado de menos.
He
utilizado todos los recursos que me fueron dados desde que tengo uso de razón
por las personas que más me han influenciado y preparado sin saberlo, y he
hecho todo lo posible por dejar bien en alto el nombre de la institución a la
que pertenezco.
He
añorado y sentido morriña por la tierra, familia y amigos. He sonreído y
disfrutado de cada momento, porque jamás ha habido un día igual. He pasado
cumpleaños y días importantes lejos de los míos, y me ha pesado en el alma el
tener que enterrar desde la distancia a una buena persona mientras se compartía
el dolor por teléfono móvil.
Me he desecho de unas gafas de sol con las que veía el pasado, y me he comprado unas nuevas para ver el futuro. He sentido esa dura sensación cuando te notifican que ha desaparecido un marinero en el mar, en un barco que se encontraba a tu costado, y que podría haber sido cualquiera de nosotros.
Me he desecho de unas gafas de sol con las que veía el pasado, y me he comprado unas nuevas para ver el futuro. He sentido esa dura sensación cuando te notifican que ha desaparecido un marinero en el mar, en un barco que se encontraba a tu costado, y que podría haber sido cualquiera de nosotros.
He
aprendido que lo duro no es la mar en sí misma o la vida en el barco, si no el
precio que reclama por mecerte en sus olas para hacerte la pregunta de si
realmente vale la pena. He aprendido la diferencia entre muy bien y perfecto, y
que los maquinistas no nos conformamos con lo bien hecho.
Y, a
pesar de todo, es un precio que tarde o temprano volveré a pagar. Pagaré de nuevo con golpes,
desvelos, sangre y sudor. Con grasa perenne en las manos y puestas eternas de
sol. Porque esto es lo que soy y esto es lo que seré.
Porque he encontrado mi sitio. Esto es lo que he deseado
ser durante toda mi vida: Un marino.