Seguir adelante


Y hay días en los que ya no puedes más.

Que por muy organizada que tengas la agenda, que por muy planificado que tengas todo, el tiempo llega a donde llega. Es ahí, como en los entrenos y en el mar, cuando se ganan las regatas. Cuando el que persiste es el que vence.

Cuando lloras de la impotencia y de la rabia, cuando te hundes en el llanto por estar tan cansado que no encuentras otra salida al estrés que sentarte a llorar en una silla con la música en los cascos, es ahí, en ese momento, donde está la diferencia entre los que ganan y los que pierden. Entre los que llegan lejos y los que se quedan atrás.

Porque sigues adelante. 

Vences al cansancio y cierras los ojos para seguir adelante. Ya habrá tiempo de dormir cuando estemos muertos, pero que jamás se nos eche en cara que no hemos dados hasta el último ápice de nuestra alma por un sueño, por un motivo y por una razón.

Porque quien sueña grande se enfrenta a grandes desafíos, especialmente el de vencerse a sí mismo. El de no renunciar y caer en la fácil complacencia del conformismo. El siempre querer llegar más lejos y no por ti, si no especialmente para que los tuyos se sientan orgullosos.

Y es por ellos que después de llorar, de echar toda la mierda que tienes dentro, que te secas las lágrimas y sigues avanzando. Por ellos. Por un futuro mejor. Porque los sueños grandes se asientan en los pilares del sacrificio y de la confianza en uno mismo, y jamás alguien que se ha dado por vencido ha conseguido algo que merezca la pena.



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