Un niño pequeño
Llegan
esos días en los que antes te volvías loco por estar con el árbol, pasear por
las calles de piedra mojada y bañadas por el reflejo de las luces, y los
regalos de Navidad.
Dale
la mano a ese niño de cinco años que llegó a ver como Papa Noel le traía el
robot Emilio, y no tengas pena por derramar esa lagrimilla recordando todo lo
que tenías y que ahora ya no tienes. Especialmente a los abuelos que estaban
contigo y te daban las lecciones más básicas para salir adelante y que con los
años tú vas perfeccionando.
Mírale a los ojos llenos de inocencia, y
regálale por estas fechas el consejo de que cuando todo se ponga oscuro y no
pare de llover, el Sol siempre le venció a la niebla. Que no tenga prisa en
crecer, y que sueñe a lo grande, aunque a veces se rían de él y le digan que no
lo va a conseguir porque nunca nadie lo ha logrado.
Lo que
vale la pena, lo que realmente vale la pena, no se consigue fácilmente. Se gana
en cada madrugón, en cada línea subrayada de los apuntes, en los callos de las
manos y en el acostarse cuando se oculta la Luna para levantarte una hora después. En
no renunciar a nada con el fin de lograrlo todo. En el sacrificio, trabajo y
esfuerzo.
Que
aunque te dejes los nudillos contra una tabla de madera, esta acabará cediendo.
Que
cuando no tengas otra salida, solamente puedas confiar en ti mismo.
Que cuando
fallen las piernas y los brazos, lo que nunca te fallará será el corazón.
Recuérdale
a ese crío de cinco años, que lo acabará consiguiendo.