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Mostrando entradas de abril, 2019

Límite de 1

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Es en situaciones límite cuando uno realmente conoce lo que es capaz de dar de sí mismo. Cuando uno explora los límites que cree tener para llegar a aquellos que ni tan siquiera se ha podido llegar a plantear. Porque son esas ocasiones en las que pensamos en tirar la toalla y decimos que no, que nos forja el carácter. Decía una buena canción que la vida es demasiado corta como para pasártela caminando, así que corre, ríe, grita, canta y ama. Y ama con todo lo que tengas. Y esa es la forma de vivir la vida. Dándolo todo de ti hasta el último minuto. Hasta el final. Aunque duela y creamos que no seamos capaces de soportar el dolor. Lo dicen los sabios: el dolor es momentáneo, pero la gloria… La gloria es eterna. Que los whisky con TSFH por la noche están bien para recargar las pilas mientras ya piensas en lo que tienes que hacer mañana. Que los objetivos no han variado ni un ápice, y que como siempre, lo mejor está por llegar.  Dedicar algo que nunca podemos recuperar c

El son de Notre Dame

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Cuando formas parte de la generación Disney recuerdas todos esos lugares que te encantaría visitar para sentir que sigue ahí el niño que creció contigo. Que se oculta en esa parte dentro de ti y que de vez en cuando susurra tu nombre para recordar que aún no ha muerto. Que sigue vivo en ese lugar reservado para los momentos que te forjan. Y fue imposible no recordar esta tarde, mientras veía las imágenes de la Catedral de Notre Dame siendo pasto de las llamas, la canción de una de esas películas que he visto hasta la saciedad, cuyo VHS se guardaba entre "El Rey León" y "La Bella Durmiente" y se repetía en el vídeo más que el ajo en los filetes de pollo.  Porque ese emblemático edificio era el corazón de una gran película. Esa película que te enseñó que el ser diferente y el llevarlo con orgullo, era el camino correcto para ser feliz. Porque aunque el fuego la quemara hasta sus cimientos, hasta dejar a la piedra desnuda desprovista de toda su historia tras

Saltar

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Imaginaos que estáis en un bajo, en una zona que tiene dos metros y medio de alto, y tenéis una cama elástica. Que tenéis ese receptáculo de escasos dos metros cuadrados donde se condensa toda vuestra infancia y preadolescencia, donde las canciones de Camela hacían eco de las carcajadas con los colegas que saltaban en la lona de al lado y el tiempo transcurría sin prisa, pero sin pausa. Imaginaos ese momento en el que te toca asumir que has crecido, que ya no eres ese niño despreocupado pendiente de Pokémon o Digimon, que ahora lo importante son las oposiciones y tu rumbo. Pero te ponen una cama elástica delante. Con esos dos metros y medio de alto en los que si te pasas saltando acabas reventando el techo de pladur.  Y es que al final te da absolutamente igual, porque conectas con lo que siempre has sido: ese crío con la paga de los abuelos que se la fundía en el tiro para conseguir petardos. El que se colaba en plena noche en las obras para dar su primer beso, o el que tení