Sangre y salitre

El dolor nace de las manos, de la mezcla de la piel que se arranca en cada final de palada, de la sangre que brota de las llagas y del agua salada que te bautiza de nuevo. Pero a pesar del dolor, no sueltas el remo. A pesar del dolor, no dejas de luchar. 

Son esos nervios que se escurren por las piernas cuando se escucha el grito ensordecedor de la proa dando la salida. Es esa palada de agua fresca que se mezcla con el sudor y te ciega. Cuando cierras los ojos porque ya no puedes más. Cuando tus músculos decidieron pedir pan por señas y se pusieron en huelga porque ya no te sostienen.

Recuerdas las primeras regatas en este deporte. Las buenas y las no tan buenas. Todas acumuladas en trozo de trapo que llevas en la frente. Buscas en los años pasados cómo hacías para enfrentarte a esto, y cuando lo haces, comienza a latir de nuevo ese corazón oculto que tenemos todos situado en el lado derecho del pecho.

Y todo sale por pelotas. Porque te aferras el remo a pesar de tener los antebrazos tan cargados que reventarían tus venas, y el culo tan destrozado que ya no sabes si queda carne entre el hueso y la bancada. Porque aprietas los dientes y te dejas el alma colgándote hacia atrás rogándole al pundonor una bocanada de aire más. 

Porque esto es el remo. Esto es la Mar: Sangre, sudor y cojones. Como la vida misma. 

Y como echaba de menos vivirla.



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