Conquistando demonios
Y ahí
lo tienes, delante de ti. Como siempre. Impasible con la mirada serena, con los
ojos clavados en los tuyos y mirándote hasta más allá del alma. Hasta más allá
de lo más profundo de tu mente y de tu corazón.
Lo
tienes ante ti. Donde siempre ha estado esperando a que decidas enfrentarte,
esperando a que desenvaines para liarte a espadazos con quién te ha arrebatado
el sueño, la tranquilidad, y hasta las ganas de otra cosa que no sea el
terminar con esto.
Te
observa con los brazos cruzados sobre el pecho y las alas recogidas. Con los
cuernos resplandecientes bajo la luz de las velas. Él no te tiene pánico ni
terror, nunca te lo ha tenido, y nunca te lo tendrá.
El
mayor de tus adversarios, el más increíble de tus miedos. El demonio que te
acecha las noches sin luna y que te roba los sueños. Ese muro del hormigón
contra el que has luchado años sin lograr hacer un solo rasguño.
Pero
tiras la espada al suelo. Caminas hacia él mirándole a los ojos y logras
atisbar el desconcierto en su mirada. Sigues avanzando hasta tenerlo delante de
ti. Cara a cara. Separados por escasos milímetros, y con un susurro, como el arrullo
de un río cruzando un vado, le dices te perdono.
Y es entonces cuando ganas. Cuando respiras hondo
sabiendo que recorres el camino correcto, cuando sigues adelante sin mirar
atrás.