Lionheart
Como el cosquilleo en la nuca cada vez que pronuncias la palabra “Lemuria” y recuerdas el Sol Dorado. Exactamente igual a esa sonrisa de quien se ha ido cuando te veía entrando por la puerta de la cocina, o los ojos cargados de orgullo de quien una vez, antes de partir, sostuvo el primero de muchos libros. Es como lo que sintió Squall cuando se reconoció a sí mismo lo que sentía por Rinoa, o cuando Efrén besó por primera vez a Lady Anna, o la muerte de N. Du Heller. Como el recibir la última luz verde de la carrera y conseguir un objetivo por el que tus amigos y tú habéis luchado durante años en 24 horas. Como la brisa de la Mar pegándote en la cara y el recuerdo permanente de quien te enseñó a caminar sobre el agua, o el olor a la sopa recién hecha y que reconoces nada más poner un pie en casa. Cuando se te van las cañas de las manos y los cubatas de los dedos, y ya ni hablemos de los dados jugados al chupito del azar. Cuando has vivido todo aquello por lo que una