El regreso de la diosa interior
Y apareciste de nuevo, en un rincón del alma.
Apareciste
en uno de esos momentos en los que más lo necesitaba, como esa enorme bocanada
de aire después de salir de debajo del agua. Justo en ese instante en el que
rompes con la superficie y abres la boca para absorber la brisa helada del
invierno.
Siempre
has estado ahí. En ese hueco oscuro, frío y cerrado en el lado derecho, a la
altura de las costillas flotantes y al que hacía años que nadie bajaba. Y allí
te encontré: encadenada en la humedad de la noche, con tus muñecas
ensangrentadas por el roce con los grilletes y los ojos cansados de llorar.
Y es
que cuando miraste de nuevo a la luz, cuando se abrió la puerta, se me partió
el alma al ver tus ojos azules como el mar Circasiano enrojecidos como el
Hades, y caí en la cuenta de cuánto te había echado de menos, de cuanto añoraba
la compañía de esa diminuta diosa interior.
Desempolva
de nuevo tus maracas, pequeña. Que ha llegado la hora de volver a bailar. Depílate
las piernas y ponte tu traje de gala, carga una ametralladora a tu espalda, y
nunca vuelvas a dejar de brillar. Que a nadie se le ocurra volver a ocultar tu luz.