Reflejos
Y ves tú reflejo en la ventana.
Al
otro lado todo es calma: La quietud de la noche mecida por la brisa del mar que
hace cabecear los botes en el malecón, las nubes sigilosas que cruzan los
cielos ocultando la luna y las estrellas que salpican todo lo que abarca la
vista.
Por un
instante tan solo existe ese momento en el que tus pupilas se ven a sí mismas, en
el que se clavan en el cristal de la ventana y en el que el silencio del
exterior cruza al interior, en el que el viento traspasa los muros y el corazón
marca el compás.
Que lo
que era silencio ha pasado a ser la contracción del pecho y la respiración que
acompaña a cada grito de guerra, la música que lo abarca todo. Que el sudor
ciega la mirada, pero que cuando realmente observas es cuando cierras los ojos
y buscas en tu interior.
Cuando
asumes que las grandes batallas son aquellas que se libran contra uno mismo con
el único fin de no caer en la autocomplacencia, y que la fuerza no se encuentra
en los músculos, si no en la conjunción de la razón y el ímpetu. En la razonada
pasión del corazón.