Aguantar la respiración
Y coges
aire. Lo haces con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás, notando
el viento del noroeste que te trae el frío del invierno hasta la piel y el
corazón, hasta cada poro del cuerpo que recuerda de donde vino.
Comienzas a girar la cabeza alrededor del cuello, notando la lana del jersey que te hace cosquillas en las orejas y en la nuca, mientras exhalas el suspiro que arrastra toda la mierda que puedas tener dentro: Todo el estrés, la incertidumbre y la niebla que cubre el sendero que hay delante de ti.
Y clavas la mirada. Lo haces en lo que duele y cuesta, en lo que quizás sea el mayor de los sacrificios que tengas que realizar. En lo que es salir de la zona de confort, en lo que es uno de esos viajes que no sabes en lo que puede terminar.
Cuando tomas aire de nuevo, un escalofrío recorre todo el cuerpo. Vas ligero de equipaje, tan solo con lo puesto y lo aprendido, pero con la certeza de llevar todo lo necesario.
Porque después de preguntarte qué es lo más importante, solo queda tener el valor de construir tu vida en base a esa respuesta.