Ojos rojos
Una noche te vas para cama y
terminas enredado en las sábanas y empapado en sudor. Enredado de las vueltas
por no poder dormir, y del sudor del calor de una noche de abril que era
diferente a todas las demás, quizás por el calor que hacía a pesar de la lluvia
que golpeaba la ventana, quizás por encontrarte de nuevo frente a frente con
esos ojos rojos que brillaban en la oscuridad.
Recuerdo que esos ojos similares
a los del Kyūbi tenían una voz diferente, de estas como nunca has escuchado. Se
quedaba a medio camino entre Constantino Romero y Juan Magan. Esa voz que te
llama a ser conservador y a jugártela al
mismo tiempo; la voz de una mirada que instaba a la rebeldía consumada como
último acto de integridad en un mundo que navega a la deriva.
Y esos ojos volvieron a hablar
cuando las sábanas te tenían apresado contra del colchón. Volvieron para
decirte que nada te puede impedir el llegar a donde te lo propongas, y que la única
limitación que tienes, es lo que decida uno mismo; La supervivencia de no
rendirse nunca.